La triste vida

El ciclo de la vida comienza al nacer y en ese mismo instante sabemos que la muerte llegará inevitablemente algún día. No es nuestra principal preocupación, casi nadie piensa en la muerte, mucho menos en la propia y está muy bien que así sea, porque al reflexionar sobre el día de nuestra muerte estaríamos restándole mucho tiempo a nuestra vida.
Dos días atrás conversé con un vecino sobre el estado de salud de su esposa, la cual estaba invadida por un cáncer terminal, acongojada oía al hombre que me narraba todo lo que había hecho para evitar, mejor dicho para mejorar la calidad de vida de su adorada mujer. Me llegaba la impotencia desgarradora del hombre, mientras buscaba alguna palabra de consuelo, ánimo o esperanza, lo vi decaer.
. En su rostro se leía el dolor y el agotamiento por tantas horas de preocupación y vigilia. Conmovida al máximo le tomé un hombro y le dije : “ ánimo vecino! Lo mejor es dejar todo en manos de Díos”, pareció confortarse, me sonrío limpiando sus ojos llorosos y me respondió_: “ gracias vecina, eso es lo que pido ahora, no soporto ver sufrir a mi viejita …”

Por la mañana, mucha conmoción. Mi vecina falleció. Sentí alivio, ella llevaba mucho tiempo sufriendo, hace días ya no se comunicaba, desconocía hasta sus más cercanos.
Todos tememos mucho a la palabra CANCER, pero nadie dimensiona lo cruel que es esta enfermedad hasta que sigilosamente, muchas veces solapada la reconocemos con pavor en un cercano o en nosotros mismos. Solo ahí nos damos cuenta lo frágil que es el ser humano. Asistí al responso fúnebre. Me acerque al ataúd, para observar por último a mi vecina. Sentí tranquilidad por ella, descasaba, eternamente, pero descansaba
Lo curioso es que al terminar aquel pensamiento me sobrecogió otro, mi madre padece lo mismo, se ha operado dos veces y ahora se somete al flagelo de la quimioterapia. Ella esta a kilómetros míos, pero cada día la siento como si se encontrara a mi lado y casi veo su rostro demacrado y sus ojitos tristes cuando me cuenta lo mal que se siente.
Es el destino de algunos, avanzar con el peso de un sufrimiento incontrolable, que no se deseó, que no se desea, pero que esta ahí. Alertándonos, diciéndonos cada día que de nada sirve el egoísmo que nos domina a veces y que todos somos vulnerables.
¡Bendito sea Dios, del que viene todo consuelo!